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lunes, 14 de julio de 2014

Una Cita Conmigo Misma




Hay días en que vale la pena hacer una cita con uno mismo...darse gusto en hacer todas esas cosas que nadie quiere hacer con nosotros, por falta de tiempo, o porque simplemente no les da la gana....  O hacerlas porque uno quiere darse libertad a uno mismo.
Hoy me fui a la playa, a caminar por el nuevo entarimado de madera junto al mar. Había una feria de artesanos, de esos que fabrican las cosas más inverosímiles usando los materiales menos imaginados.
Había un artista que transformaba los maderos deformes y picados que se encuentran en las orillas del mar y.que las olas devuelven después de haberlos golpeado y esculpido en ellos muchas formas caprichosas.  Con ellos, había hecho jirafas rústicas, barquitos que parecían recuperados de las profundidades del océano, repisas para cabañas de playa o de campo, cuadritos sinfín.



Por allí habían otros que habían hecho joyas utilizando aquellos vidrios de colores que se llevan las olas y que devuelven a las orillas después de años; perfectamente esculpidos en formas variadas .
Más allá habían vestidos teñidos amarrando nudos con elásticos sobre las telas y sumergiéndolos en tintes de diferentes colores.


Otras se jactaban de confeccionar sus propias joyas de filigrana finísima salpicada de diamantitos y perlitas minúsculas....aretes, collares, pulseras.  Le compré un collar de metal con vidrio a una ecuatoriana que me dijo que lo había hecho ella.  Dos pasos más allá, encontré uno exacto!  Mentirosa!
Habían pulseras confeccionadas al paso con los nombres de los compradores, otras, que tenían dijes diversos, otras, hechas con cucharas viejas... unas caras, otras baratas!
Un africano había traído una colección enorme de estatuillas de madera, negras como el carbón, tambores típicos, instrumentos musicales, dos tigres de metal, que si yo fuese millonaria, pondría en el vestíbulo enorme de mi palacete, y unas cuentas de vidrio de lo más atractivas.
No faltaban el aceite de oliva especial "traído de las islas griegas", o las famosas aceitunas de procedencia exótica, o la especialísima mermelada confeccionada con una receta secreta propiedad de un grupo familiar determinado.
Y por allí estaba la fabricante de jabón artesanal de diferentes olores y hecho con la pulpa de frutas variadas.
Hasta habían llevado una pista portátil de bowling!

Por supuesto, no faltaban las comidas típicas americanas, latinas y  europeas, que se daban un mano a mano para tentar con sus aromas y sabores diversos al más santo de los dietistas.



La madera del paseo marino crujía al paso de los diferentes caminantes.  Niños, parejas de enamorados robándose un beso, ciclistas pequeños y grandes, una niñita empujando un cochecito de muñeca mientras su madre empujaba al hermanito, un grupo de chiquillas viejas alegres, rubias, morenas, altos y bajos, bañistas que recién salían de un chapuzón en el mar con sus toallas de colores...todos imprimían su sello en la nueva pasarela...otros se sentaban a aspirar a grandes bocanadas, el aire marino puro, y a limpiar un poco sus pulmones del ambiente poluto de las calles traficadas de la ciudad.
Por allí había un señor que vendía unos crepes afrancesados y unos jugos de frutas con las mezclas más divinas!  Me paré en la cola y pacientemente esperé mi turno. Detrás del mostrador, había  un hombre delgado, con unos guantes de cirujano, que debían de estar calentándole las manos por el calor intenso del día y de la plancha donde cocinaba.  Untaba un poco de mantecado encima de ella y seguidamente le echaba una masa para panqueques. Con un aparatito que parecía un alisador de paredes, con mango de madera y cuchilla trunca de acero, suavemente extendía la masa por todo el diámetro de la plancha, hasta adelgazarla tanto, que parecía del grosor de una hostia.  Esperaba que se dorara levemente por un lado, y cuando ya estaba listo, lo volteaba y esperaba dorar el reverso. Tenía una serie de rellenos a pedido....dulces, salados...menos caros, más caros...
Elegí uno relleno con dulce de leche y rociado con una cantidad justa de azúcar en polvo, como cuando los comía en casa de mi tía cuando era chica.  Me compré un jugo de piña con fresas...espesito y rico...y me fui a sentar en una banca larga y libre, mirando al mar. El viento marino soplaba fuertemente sobre mí y tuve que agarrar fuerte el  plato para que no me lo arrancara.  Me fui comiendo a poquitos el dulce divino y después absorbí con mi cañita (sorbete), hasta el último suspiro del jugo.
Mientras miraba a las gaviotas volar, al sol bajar del firmamento lanzando sus últimos rayos de la tarde, y al mar reventar sus olas son fuerza sobre la orilla salpicada por los últimos bañistas del día, me dije que qué dichosa me sentía con esa pequeña libertad que me había tomado de hacer esa cita conmigo misma!

Cuando regresé a mi carro a lo lejos se oían  distantes las notas de la banda que había amenizado la feria, los vendedores recogían su mercadería y sonaban los cohetones postergados de la fiesta de la semana pasada en que se celebró la Independencia de este país que nunca se independizó de sus prejuicios.
Cuando llegué de vuelta a mi casa, pude ver todavía, el último tiempo del mundial de fútbol, el grandioso gol de los alemanes, y el llanto del equipo argentino. Había recuperado a mi marido!  Lo celebramos en un restaurante cubano...a fin de cuentas, somos latinos!



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